miércoles, 18 de febrero de 2009

¿Sin célula de identidad?

¿Cuándo un ser humano es eso, un ser humano? Ésta es la polémica que existe en torno a las famosas células madres embrionarias. Para muchos lo somos desde el mismo momento de la concepción y por eso los embriones descartados de las técnicas de reproducción asistida deben ser defendidos ante cualquier intento de experimentación. Éste es el argumento primordial: la vida humana es sagrada.

A mi siempre me han olido a cuerno quemado frases tan grandilocuentes y universales. Si toda vida humana es sagrada, ¿por qué muchos de los que se oponen a la investigación con células madre no se oponen a la pena de muerte? Y no sólo me estoy refiriendo al eterno malvado, el expresidente Bush, sino también al Vaticano, que aunque la abolió del derecho penal en 1969, no fue eliminada de la constitución hasta el año 2000. Eso sí, el Catecismo en su punto 2266 señala que se deben “aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte”. ¿Es o no es sagrada la vida, toda vida?

¿Qué hacer frente a este dilema? Añadir la coletilla de vida humana inocente. Los universales van desapareciendo como por ensalmo. Claro que decidir quién es inocente tiene su miga, si no dense una vuelta por los juzgados.

Muchos, independientemente de su filiación religiosa, comparten esta postura de la Academia Pontificia para la Vida: “El embrión humano vivo es, a partir de la fusión de los gametos, un sujeto humano con una identidad bien definida”. El error es de bulto: el proceso de fecundación puede durar 12 horas y hasta 14 días después de la fecundación el embrión puede formar gemelos o trillizos. ¿Dónde queda la “identidad bien definida”? ¿O es que dos gemelos son la misma persona? Incluso dos zigotos separados, que darían lugar a mellizos, pueden fusionarse dando lugar a lo que se llama una quimera tretagamética.

El problema fundamental es la falacia del continuo: posiciones extremas conectadas por pequeñas diferencias intermedias son la misma cosa porque no podemos establecer un límite objetivo para el cambio. Por eso, asegurar que unas pocas células arracimadas es un ser humano es lo mismo que decir que una semilla es un árbol. Curiosamente, quienes defienden con más ardor la no investigación con embriones son aquellos que piensan que el ser humano posee alma. De ahí la prohibición renacentista a hacer autopsias, o plantearse no usar técnicas de reanimación a mediados del siglo XX. Definir qué es, cómo llega al embrión o de dónde viene son cuestiones no resueltas, pero semejantes minucias no impiden argumentar sobre cuándo un grupo de células, que no son conscientes, no piensan, no son capaces de sentir emoción alguna, pues carecen de sistema nervioso, es un ser humano. Por pura comparación, un chimpancé es más un hombre que un embrión masculino.

Déjeme que le proponga un experimento mental. Imagine que tiene que tomar una horrible decisión. Un misil nuclear va a caer sobre España y debe decidir entre dos objetivos: una ciudad de un millón de habitantes y un pueblo abandonado donde vive una única persona. ¿Qué haría?

Ahora imagine que entra en un hospital en llamas y solo tiene una oportunidad para salvar a alguien. En una habitación hay una mujer y un recipiente con un millón de embriones congelados. ¿Haría la misma elección que en el caso anterior? Quizá todos seamos seres humanos, pero unos lo son más que otros.

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