¿Qué edad tiene nuestro planeta? El primero que se enfrentó a esta pregunta, el físico inglés lord Kelvin, aseguró que la Tierra no había estado siempre aquí. Usando las leyes de la física, en particular las que describen el comportamiento del calor y su paso de un cuerpo a otro, Kelvin razonó: nuestro planeta se está enfriando continuamente, lo que significa que antes estaba más caliente que ahora. Si nos vamos atrás en el tiempo llegaremos a un momento en que la temperatura de la Tierra era tal que debía tener el aspecto de una roca fundida.
La pregunta es, ¿hace cuánto tiempo ocurrió esto? Kelvin estimó la edad de la Tierra en unos cien millones de años. Semejante número ponía en un gran aprieto a las teorías de los dos grandes de la geología inglesa, Lyell y Hutton, que hacían hincapié en que nuestro planeta era casi eterno. Sin embargo, los cálculos de Kelvin no llamaron la atención de los geólogos.
Únicamente en 1868, cuando presentó sus estimaciones en una conferencia impartida en la Sociedad Geológica de Glasgow titulada Sobre el tiempo geológico, empezaron a escucharle.
Los geólogos aceptaron sus cálculos. Habían sido realizados por uno de los físicos más respetados del mundo y estaban basados en una ley fundamental de la naturaleza. Pero la amistad entre física y geología no iba a durar mucho. Kelvin revisaba sistemáticamente sus cálculos y en cada revisión la edad de la Tierra descendía unos cuantos millones de años. En 1876 lo recortó a cincuenta millones y en 1897 Kelvin afirmó que cuarenta millones era demasiado alto y que veinte millones era una cifra más probable.
Por su parte, los geólogos habían refinado los suyos y pensaban que cualquier cifra por debajo de los cien millones estaba mal. La historia de la Tierra no podía violar la Segunda Ley, pero tampoco podía violar la evidencia geológica.
El tiempo demostraría que Kelvin estaba equivocado. Pero no era culpa suya, sino de un fenómeno que aún no había sido descubierto: la radiactividad. Cuando a principios del siglo XX le señalaron que sus cálculos estaban mal y que debía incluir el calor liberado por la desintegración de los átomos radiactivos que contiene nuestro planeta Kelvin, con más de ochenta años, no creyó que eso invalidara sus cuentas.
Y aunque en privado reconoció que sus cálculos deberían ser rehechos teniendo en cuenta el nuevo descubrimiento, jamás lo afirmó públicamente pues consideraba su trabajo sobre la edad de la Tierra la pieza más importante de su producción científica. Fue un triste final a una brillante carrera. Pero debemos comprenderlo: los científicos también se enamoran, y no sólo de otra persona, sino de sus teorías.
La pregunta es, ¿hace cuánto tiempo ocurrió esto? Kelvin estimó la edad de la Tierra en unos cien millones de años. Semejante número ponía en un gran aprieto a las teorías de los dos grandes de la geología inglesa, Lyell y Hutton, que hacían hincapié en que nuestro planeta era casi eterno. Sin embargo, los cálculos de Kelvin no llamaron la atención de los geólogos.
Únicamente en 1868, cuando presentó sus estimaciones en una conferencia impartida en la Sociedad Geológica de Glasgow titulada Sobre el tiempo geológico, empezaron a escucharle.
Los geólogos aceptaron sus cálculos. Habían sido realizados por uno de los físicos más respetados del mundo y estaban basados en una ley fundamental de la naturaleza. Pero la amistad entre física y geología no iba a durar mucho. Kelvin revisaba sistemáticamente sus cálculos y en cada revisión la edad de la Tierra descendía unos cuantos millones de años. En 1876 lo recortó a cincuenta millones y en 1897 Kelvin afirmó que cuarenta millones era demasiado alto y que veinte millones era una cifra más probable.
Por su parte, los geólogos habían refinado los suyos y pensaban que cualquier cifra por debajo de los cien millones estaba mal. La historia de la Tierra no podía violar la Segunda Ley, pero tampoco podía violar la evidencia geológica.
El tiempo demostraría que Kelvin estaba equivocado. Pero no era culpa suya, sino de un fenómeno que aún no había sido descubierto: la radiactividad. Cuando a principios del siglo XX le señalaron que sus cálculos estaban mal y que debía incluir el calor liberado por la desintegración de los átomos radiactivos que contiene nuestro planeta Kelvin, con más de ochenta años, no creyó que eso invalidara sus cuentas.
Y aunque en privado reconoció que sus cálculos deberían ser rehechos teniendo en cuenta el nuevo descubrimiento, jamás lo afirmó públicamente pues consideraba su trabajo sobre la edad de la Tierra la pieza más importante de su producción científica. Fue un triste final a una brillante carrera. Pero debemos comprenderlo: los científicos también se enamoran, y no sólo de otra persona, sino de sus teorías.
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