Hace bastantes años atrás un empresario tuvo una idea: pedir a las personas más inteligentes de la Tierra que le vendieran varios millones de sus espermatozoides. De este modo, aquellas mujeres o parejas que quisieran podían comprar unos cuantos de esos espermatozoides para concebir a un hijo supuestamente inteligente. El negocio se basaba en el supuesto de que padres inteligentes dan, por sistema, hijos inteligentes.
El asunto, al parecer, no fue un gran negocio, a pesar de que muchas mujeres y parejas apostaron por ello. Al parecer no conocían estas palabras de François Jacob, premio Nobel de Medicina:
Algunos han alabado el uso de esperma congelado de donantes cuidadosamente seleccionados. Algunos incluso elogiaron el esperma de los ganadores de los premios Nobel. Sólo quien no conoce a los premios Nobel querría reproducirlos de esa manera.
Y mejor incluso la respuesta de un premiado anónimo: si realmente querían tener un premio Nobel como hijo a quien tenían que perdir el esperma era a su padre…
Un par de décadas después se ha intentado vender óvulos de modelos por Internet. Aquí el negocio está más justificado: el aspecto sí está definido totalmente por los genes. Lo que no es seguro, como cualquiera puede comprobar con sólo echar un vistazo a su alrededor, es que padres guapos tengan hijos guapos. ¿Quién no conoce a una pareja que, siendo de lo más normal, tienen un hijo o una hija de los de quitarse el sombrero?
El problema con ambos casos es que nos gusta tener las cosas controladas, y eso de no poder ni elegir el sexo de nuestros hijos nos inquieta. También creemos que si nuestros hijos son muy inteligentes o muy guapos tendrán una vida más fácil. Lo que no parece preocuparnos demasiado es que, ya sea guapo o listo, nuestro querido hijo acabe siendo un cretino integral. Vender óvulos o espermatozoides de buenas personas no es negocio.
No pensemos que este interés por tener hijos más guapos es producto de nuestra época de inseminación in vitro. También nuestros bisabuelos lo tenían. Cuentan que el cínico escritor inglés George Bernard Shaw se enfrentó con este dilema. Nunca había sido lo que podría llamarse un hombre atractivo. Cuando ya era un hombre de edad, una hermosa joven, de la que tampoco podría decirse que fuera una prometedora candidata para el premio Nobel, se le acercó. Con voz dulce le dijo que le gustaría tener un hijo suyo.
¿La razón? Bien sencilla. Así tendrían un hijo con la belleza sin par de la madre y la tremenda inteligencia del padre. No hace falta decir que a la anónima belleza le pareció una idea brillante. Pero el cínico escritor echó abajo sus pretensiones: dijo que no. El impecable razonamiento de Bernard Shaw es para grabarlo en piedra:
⎯ Mi querida señora, ¿qué pasaría si sacase mi belleza y su inteligencia?
El asunto, al parecer, no fue un gran negocio, a pesar de que muchas mujeres y parejas apostaron por ello. Al parecer no conocían estas palabras de François Jacob, premio Nobel de Medicina:
Algunos han alabado el uso de esperma congelado de donantes cuidadosamente seleccionados. Algunos incluso elogiaron el esperma de los ganadores de los premios Nobel. Sólo quien no conoce a los premios Nobel querría reproducirlos de esa manera.
Y mejor incluso la respuesta de un premiado anónimo: si realmente querían tener un premio Nobel como hijo a quien tenían que perdir el esperma era a su padre…
Un par de décadas después se ha intentado vender óvulos de modelos por Internet. Aquí el negocio está más justificado: el aspecto sí está definido totalmente por los genes. Lo que no es seguro, como cualquiera puede comprobar con sólo echar un vistazo a su alrededor, es que padres guapos tengan hijos guapos. ¿Quién no conoce a una pareja que, siendo de lo más normal, tienen un hijo o una hija de los de quitarse el sombrero?
El problema con ambos casos es que nos gusta tener las cosas controladas, y eso de no poder ni elegir el sexo de nuestros hijos nos inquieta. También creemos que si nuestros hijos son muy inteligentes o muy guapos tendrán una vida más fácil. Lo que no parece preocuparnos demasiado es que, ya sea guapo o listo, nuestro querido hijo acabe siendo un cretino integral. Vender óvulos o espermatozoides de buenas personas no es negocio.
No pensemos que este interés por tener hijos más guapos es producto de nuestra época de inseminación in vitro. También nuestros bisabuelos lo tenían. Cuentan que el cínico escritor inglés George Bernard Shaw se enfrentó con este dilema. Nunca había sido lo que podría llamarse un hombre atractivo. Cuando ya era un hombre de edad, una hermosa joven, de la que tampoco podría decirse que fuera una prometedora candidata para el premio Nobel, se le acercó. Con voz dulce le dijo que le gustaría tener un hijo suyo.
¿La razón? Bien sencilla. Así tendrían un hijo con la belleza sin par de la madre y la tremenda inteligencia del padre. No hace falta decir que a la anónima belleza le pareció una idea brillante. Pero el cínico escritor echó abajo sus pretensiones: dijo que no. El impecable razonamiento de Bernard Shaw es para grabarlo en piedra:
⎯ Mi querida señora, ¿qué pasaría si sacase mi belleza y su inteligencia?
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