miércoles, 18 de febrero de 2009

Romanticismo? ¡Venga ya!

Ha pasado San Valentín y en televisiones y emisoras de radio hemos podido oir hablar del flechazo y el enamoramiento. Es llamativa esa manía que tenemos los humanos de idealizar el amor. Negamos por sistema que somos primates y afirmamos con autosuficiencia: “No somos animales”. ¡Pero bueno! ¿Acaso pensamos que la ternura es propia de nuestra especie? ¿De dónde creemos que sale el instinto sexual –el cual, no lo olvidemos, es causa del amor-? ¿De los poemas de Neruda? Para distinguirnos de nuestro primo chimpancé convertimos en espiritual lo que es pura biología. ¿Cuántas veces hemos dicho que el aspecto físico no importa? Ya en el lejano 1966 se demostró que todo eso es palabrería. De hecho lo que sorprendió a los investigadores no fue que el físico importara, sino que importara TANTO. Ni inteligencia ni gaitas.

Tardamos entre 90 segundos y 4 minutos en encapricharnos de alguien. Y no nos ‘conquista’ su hablar melifluo y una labia prodigiosa. Las armas son: un 55% el lenguaje corporal, 38% el tono y velocidad de nuestra voz y sólo el 7% lo que decimos. Casanova tenía poco de galán consciente y más de chiripa innata.

Por eso no es extraño el resultado de un estudio aparecido en 2004 en el Journal of Social and Personal Relationships por Artemio Ramírez y Michael Sunnafrank: decidimos el tipo de relación que queremos tener con una persona a los pocos minutos de conocerla y tendemos a hacer cumplir nuestras expectativas. Aún hay más. Todo apunta a que estamos biológicamente programados para sentirnos apasionados entre 18 y 30 meses. Es el tiempo suficiente para que una pareja se conozca, copule y tenga descendencia, algo básico desde el punto de vista evolutivo.

Lo que sí hemos conseguido es enriquecer esta pulsión biológica con cartas, poemas, canciones, suspiros y corazones grabados en los árboles. No somos sólo primates, pero no neguemos que lo somos.

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